La sociedad en los reinos cristianos (1)

Los reinos cristianos en el siglo XII contaban con una población que experimentaba, por primera vez en bastante tiempo, un cierto crecimiento demográfico y aglutinaba una mayoría de cristianos con un número variable de mudéjares y una minoría de judíos. Cada región poseía sus propias características, por lo que no se puede hablar de una sociedad unificada, pero en general poseían rasgos distintivos comunes a todos ellos, a menudo compartidos también por los reinos del resto de Europa occidental.

Dada su amplitud, vamos a dividir esta sección en varias entradas, la primera dedicada sobre todo al aspecto económico. La segunda, más centrada en las relaciones humanas, puedes leerla a continuación.

El espacio vital:

Pese a que el ser humano había aprendido a modificar su entorno a conveniencia muchos siglos antes, en la Edad Media aún era muy dependiente de su entorno, especialmente del clima y el terreno, que condicionaban sobre todo los medios de producción a su alcance. Por regla general, las poblaciones se asentaban en terrenos estables, con un río cercano o al menos un acceso sencillo al agua dulce, y en muchos casos alguna defensa natural (elevaciones, un valle protegido por montañas, etc…) contra posibles enemigos. Muchos de los pueblos fundados durante las conquistas a los musulmanes (lo que denominamos “Reconquista”) se establecían sobre los que ya habitaban estos, y en general sobre poblaciones anteriores de época visigoda e incluso anterior, reaprovechando esa situación o terreno favorables.

Desde el siglo VI las ciudades habían sufrido un gran declive y fueron las villas las que protagonizaron la vida en el primer tercio de la Edad Media. Los espacios eran reducidos y de tipo rural mayoritariamente, con ciudades despobladas y deterioradas en todos los reinos cristianos (aunque el mundo musulmán experimentó un desarrollo diferente, más cosmopolita desde época más temprana), con la sola excepción de sedes episcopales u otros centros de gran interés. Sin embargo, entre los siglos X y XI el entorno urbano empieza a experimentar cierto restablecimiento, que irá a más.

Las razones de este cambio son numerosas y se influyen entre sí, pero no está claro cuál es la motivación de mayor importancia. Desde luego, una de ellas fue el auge de los mercaderes, quienes buscaban rutas y emplazamientos seguros para desarrollar su actividad, que había experinmentado un enorme crecimiento en los últimos siglos. También la especialización y organización de los artesanos. A su vez era más sencillo organizar la vida ciudadana, especialmente con el incremento del poder personal de los reyes, que poco a poco se iría desligando del de los señores feudales, al que a su vez alimentaban las propias ciudades. A diferencia de las villas y pueblos, las ciudades eran en su gran mayoría señorío del propio monarca e incluso cuando no era así sus habitantes estaban menos obligados por la lealtad a los señores.

Pese a este renacimiento urbano, una gran parte de la población continuaría viviendo en villas y pueblos y, sobre todo, dependiendo de la agricultura y la ganadería. De hechi las villas y pueblos experimentarían con el tiempo una cierta mejora estructural, aunque la diferencia con las ciudades seguiría siendo notable.

  • Las viviendas rurales: Habitualmente tenía una única planta, aunque a veces el espacio entre el tejado y el “techo” se podía emplear como almacén para grano y otros alimentos. La zona habitable podía tener una única habitación grande y multifuncional o, en los mejores casos, una o dos divisiones para separar la zona de dormitorio de la de la cocina o el almacén. Para aprovechar su calor, a menudo se compartía el espacio con los animales, en caso de poseerlos. Los tamaños totales de estas viviendas podían ser variados, dependiendo de las posibilidades de sus dueños y de la región en realidad, pero solían oscilar entre los 40 y los 80 m2. Casi siempre tenían un patio o un terreno en la parte trasera, donde se hacía parte de la vida, se plantaba un huerto o cavaba una letrina. Las ventanas eran más bien escasas, muy funcionales y se debían poder cerrar con maderas. Los materiales de construcción dependían también de las posibilidades de la zona, pero lo más habitual era una base de piedra o ladrillo y una estructura de madera, barro y paja. El techo solía ser de paja también, por sus propiedades aislantes. Por supuesto, las clases más pudientes poseían propiedades mayores, con incluso una segunda planta y materiales más duraderos, piedra principalmente. El interior disfrutaba de más espacios diferenciados y a menudo las ventanas eran más numerosas y cubiertas con entramados de madera o caña y telas finas y tratadas con sebo para proteger del frío sin impedir completamente la visión. En otros casos habitaban torres o castillos, mucho más grandes y a menudo menos confortables, pensados principalmente para la defensa.
  • Las viviendas urbanas: En las ciudades las diferencias económicas eran aún más notables en la construcción de las casas, así como su situación en los diferentes barrios. En las zonas más humildes las casas eran de una o dos plantas, pero siempre pequeñas y/o superpobladas, con suerte con un patio en la parte trasera o un pequeño espacio de tierra. La construcción era meramente práctica y los materiales no eran de mucha calidad. Como en el campo, podían tener una única o estancia o pocos espacios, escasa luz y la cocina como única fuente de luz y calor interno. Estos barrios solían tener calles más descuidadas, a veces sin empederar, y mucho peor equipados. Las peores zonas, los arrabales, se encontraban más allá de las murallas de la ciudad. La gente algo más acomodada, como los artesanos con negocio propio y los mercaderes y burgueses, tenían casas de mejor hechura, normalmente de dos plantas y con varios espacios diferenciados, estaban más o menos bien iluminadas y disponían de un patio grande, algún jardín o cuadra, en su terreno. En el caso de los artesanos, solían contener el taller y la tienda pública en el piso inferior. Había una gran variedad de tamaño en estas casas, que podían ir de un par de pisos estrechos y muy reducidos a propiedades bastante amplias. Las fachadas estaban más cuidadas y adornadas según los posibles de los dueños, que intentaban plasmar su estatus en el aspecto de su morada. Los más adinerados y los nobles poseían verdaderos palacios, de dos o más plantas con grandes patios y jardines en las mejores zonas de la ciudad, muy cuidados y bien iluminados, con espacios diferenciados y comodidades.

El mobiliario y el menaje eran elementos costosos y en general escasos en las casas, incluso en las más ricas no resultaban verdaderamente abundantes, limitándose a lo más elemental en las casas pobres. Los colchones solían estar rellenos de paja, aunque los más pudientes a veces podían permitirse los de plumas, las mantas eran de lana o pieles y las sábanas y paños se consideraban valiosos. Mesas y sillas, de madera, algún arcón para las pertenencias y la cocina, el lugar de mayor importancia de la casa con el hogar o chimenena como protagonista, era todo a lo que podían aspirar los humildes. Los ricos podían permitirse algunos adornos, cortinajes e incluso tapices.

Las diferentes repoblaciones de la época elevaron la importancia de las poblaciones de mayor relevancia estratégica o recién adquiridas por conquista, pero los vaivenes en las zonas fronterizas a menudo vaciaban esas nuevas o retomadas poblaciones que no llegaban a estabilizarse. Poner distancia con el enemigo, zonas “grises” y despobladas, se convirtió en la costumbre en los siglos previos. 

Los medios de subsistencia:

Durante toda la Edad Media el motor principal de la economía de los reinos cristianos peninsulares sería la agricultura, a la que se dedicaban los campesinos (que consituían alrededor del 80% de la población), la mayor parte de los cuales explotaban las tierras que peretenecían a nobles y eclesiásticos o poseían pequeños terrenos. En las diferentes zonas se cultivaban distintas plantas, en Castilla eran los cereales, en Levante las frutas y hortalizas y las viñas en la ribera del Duero y la zona de la Rioja, por ejemplo. Los campesinos entregaban una parte de la cosecha al señor feudal correspondiente como tributo, mayor o menor según deseo del mismo o lo establecido por el rey. La mayor parte de los reinos eran propiedad de la nobleza, pero con la repoblación de terrenos recién conquistados se repartieron muchos pequeños lotes de tierras a quienes se atreviesen a mantenerlas. Hasta el siglo XI, la agricultura fue meramente de subsistencia y servía para alimentar al propio feudo o reino únicamente. A partir del siglo XII una serie de avances en las técnicas de plantación junto con cierta estabilidad y otras circunstancias permitieron cosechas mayores, en algunos casos con cierto excedente para la comercialización o la alimentación de los animales.

Tras la agricultura, la ganadería era el factor económico de mayor importancia en los reinos cristianos. Estaba protegida por los propios monarcas, ya que les aportaba importantes tributos. Resultaba necesaria para muchos artesanos, que utilizaban materias primas de origen animal, y para los mercaderes que vendían bien la lana y los cueros tanto en el reino de origen como en el exterior. Además, algunos propietarios de tierra arrendaban parte de ellas para pastos. En los casos en que había excedente agrario sufieciente, la producción ganadera también era mayor. Ambas cosas propiciarían pequeños crecimientos demográficos cuando la estabilidad lo permitía. Por supuesto, la ganadería como actividad era practicada por plebeyos, aunque la propiedad de los rebaños más importantes era de los nobles, eclesiásticos e incluso de la Corona.

La minería era una activdad que había sufrido un gran declive técnico en los primeros siglos de la Edad Media, pero desde el siglo XI empezó a mejorar y recuperarse paulatinamente. No obstante, y pese a que los metales preciosos y el hierro fueron fundamentales para mantener los reinos cirstianos y sus campañas guerreras, no suponía una actividad verdaderamente fundamental para la economía de los mismos y tampoco era explotada en igual proporción en las distintas regiones. Probablemente los métodos poco eficientes y la esquilmación por parte de los romanos y visigodos de muchas de las minas de mejor acceso, fueron la causa de que no fuese un método de subsistencia mayoritario. Ahora bien, la minería siempre estuvo protegida por los distintos monarcas y considerada valiosa. Especialmente valoradas fueron las minas de sal, por su enorme importancia en la conservación de alimentos.

Los artesanos de los reinos peninsulares empezaron a organizarse y especializarse, instalándose mayoritariamente en las ciudades. Los gremios no llegarían hasta el siglo XIII, pero ya a finales del s. XII existía cierta organización entre los artesanos de una misma profesión dentro de la misma población, aunque no estandarizada ni reconocida en la legislación. Existía bastante diferencia económica entre unos artesanos y otros, pero fue un grupo social en alza en aquella época. El prestigio procedía de cada taller según el mérito del maestro artesano, que a menudo pagaba a sus aprendices únicamente con sus enseñanzas. La mayoría de los artesanos eran, a su vez, vendedores.

Los mercaderes, quizá el grupo social que experimentó una mayor mejoría en el siglo XII y los siguientes, pasaron de ser meros buhoneros y pequeños tenderos al motor mismo del intercambio de productos en los pujantes mercados que se celebraban en cada región y que aportaban beneficios y mucho prestigio a la población donde se celebraban. Los años con excedentes permitieron que los mercaderes multiplicasen sus beneficios y la oferta de sus mercaderías. Muchos veían con desconfianza a aquellos intermediarios que parecían estarse enriqueciendo sin producir nada en concreto, pero esto no frenó su auge paulatino. Las ciudades, necesitadas de los productos de los campos para alimentarse y de las materias primas para los talleres de los artesanos, fueron seguramente la base de este éxito.

Los soldados profesionales no abundaban, aunque existían ciertos grupos de mercenarios que recorrían los reinos vendiendo sus servicios y que vivían de la guerra, independientemente de si sus orígenes eran nobles o plebeyos, y un pequeño número de soldados plebeyos, generalmente de infantería, que servían al rey o sus nobles principales durante todo el año. El resto de los ejércitos se conformaba con los caballeros nobles y las levas de siervos que debían acompañar a su señor feudal a la batalla cuando este lo requería (de acuerdo a su vez a las leyes y fueros de su población), quienes sólo servían estacionalmente y en general sólo recibían una compensación cuando se obtenía botín en las batallas.

Los nobles, aunque su ocupación principal fuese la de las armas, y los clérigos de alto rango (que a su vez procedían de familias nobles) poseían la mayor parte de las tierras, rebaños y prebendas, por las que obtenían beneficios directamente o en forma de tributos. Existía un compromiso entre los nobles y sus siervos, un contrato señor-siervo que comprometía al primero a proteger y garantizar justicia y otras condiciones favorables al segundo, a cambio de que este le sirviera y guardase fidelidad quedando atado a su señorío. Los siervos a menudo vivían en condiciones próximas a la esclavitud, pero eran jurídicamente hombres libres y por tanto no podían ser vendidos ni trasladados a otras tierras a la fuerza por su señor. El trabajo de estos siervos y el botín que podían adquirir en algunas campañas militares suponía la fuente principal de la riqueza de las clases altas.

Sistema monetario:

En el siglo XII cada reino de la península acuñaba su propia moneda, siendo los reyes los únicos que tenían derecho para ello, aunque podían cederlo ocasionalmente a órdenes o catedrales para sufragar ciertas obras. En general, se usaba todavía la moneda andalusí como modelo para las de oro de los reinos cristianos, que utilizaban su peso y medida aproximados. Para las de plata seguían más bien el modelo europeo y la tradición previa. Su valor no siempre era idéntico, ya que la pureza y cantidad de oro y plata en las aleaciones podía fluctuar. Puesto que las tiradas de moneda no eran especialmente grandes y la imposibilidad de controlar las emisiones anteriores, se podían encontrar monedas de distintos reinos y reinados simultáneamente, sobre todo en los mercados. Eran bastante comunes las monedas de “vellón”, aleación de plata y cobre.

Las equivalencias de valor se hacían normalmente en relación a los maravedís musulmanes o a los “sueldos”. Este concepto proviene de la idea de que el salario diario de un trabajador no especializado se pagaba con una moneda de poco valor que se denominaba “sueldo”. Con el paso del tiempo, aunque ya no equivaliese a una única moneda, se consideró “sueldo” como el valor mínimo del jornal diario de estos trabajadores, relacionado a su vez con el precio de las cosas, y que se mantenía más o menos estable entre los diferentes reinos. Lo normal es que un oficial especializado cobrase el doble y un maestro el triple, variando en otros tipos de ocupación.

En la época que nos ocupa las más señaladas son:

Reino de Castilla: Alfonso VIII acuña “Dineros” de oro, también llamados Maravedí Alfonsí o Dobla, con igual peso y ley que los de los árabes, bastante apreciados por su calidad. Llevan la cruz y el nombre del monarca. Se acuñaron también Óbolos y Dineros de vellón.

Reino de León: Alfonso IX acuña Maravedís de oro, con la efigie del rey en una cara y el león en otra, y Dineros y Óbolos de vellón.

Reino de Aragón: Se acuñan “Croats” de plata en la zona catalana y Dineros de plata, con la efigie del rey Alfonso II en una cara y el árbol de Sobarbe en la otra. No se acuñan monedas de oro del reinado, usándose las de otros previosy sobre todo las árabes.

Reino de Navarra: Sancho VII ha empezado a acuñar monedas de plata, pronto serán conocidas como “Dinero sanchete”, con el busto del rey en una cara y media luna simbolizando su lucha contra el Islam en la otra. Puesto que su reinado acaba de comenzar, aún es muy infrecuente y se usan más las de reinados previos u otros reinos. Para las monedas de oro recurren en general a las musulmanas, sobre todo las de Ibn Mardanish el “rey Lobo”.

Reino de Portugal: Sancho I continúa usando la misma acuñación que su padre, los Dineros portugueses (o dinheiros) en plata, con la gran cruz en una cara y los cinco escudos en la otra. Las monedas de oro eran, en general, las de los reinos de Castilla y León o de origen musulmán.

Pese a la normalización absoluta del sistema monetario en todos los reinos, entre el pueblo llano aún era corriente el sistema de trueque.

NOTA: En partida utilizaremos sólamente dos tipos de monedas, las musulmanas y las cristianas que pueden equipararse a las castellanas, con un cambio estable y fijo.

Segunda parte de “La sociedad en los reinos cristianos (2)”.