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Trasfondo Histórico: La Batalla de Alarcos

 

La Batalla de Alarcos

¿Cuándo?

El 19 de Julio de 1195, apenas tres días después de que las tropas almohades llegaran a las inmediaciones de Alarcos.

¿Dónde?

La batalla tuvo lugar en las inmediaciones de la fortaleza de Alarcos, aún en construcción, que se situaba en una colina regada a sus pies por el río Guadiana, cerca de la actual Ciudad Real.

 

Participantes

Imperio Almohade, dirigido por el propio Califa Abu Yaqub Yusuf, estaba compuesto de seis facciones principales con sus propios comandantes:

  • Almohades: El grupo más numeroso y leal al Califa, procedentes de diversas tribus y grupos del reino marrroquí entre los que destacaban los hintatas al mando de Abu Yahya y los benimerines al mando de Abi Bakr. Poseían una formación heterogénea, pero incluían una poderosa caballería pesada.
  • Andalusíes: Comandados por el caíd Ibn Sanadid. Aunque no eran tan numerosos, conocían muy bien las estrategias y los ejércitos cristianos, por lo que resultaban muy valiosos.
  • Árabes: Su líder era Yamun ben Riyah. Eran la segunda facción más numerosa, tras los propios almohades. Procedían mayoritariamente de las tribus beduinas y destacaban como caballería ligera con lanza y espada.
  • Guzz: Guerreros turcos o kurdos, posiblemente una parte eran mercenarios. Extraordinarios arqueros a caballo, utilizaban arcos compuestos temibles para las defensas de los caballeros cristianos.
  • Voluntarios de la Fe: Dirigidos por Abu Yazir, eran musulmanes fervorosos, incluso fanáticos, que podían o no contar con formación militar y que se unían por voluntad propia a la hueste del Califa.
  • La mesnada de Pedro Fernández de Castro: En 1194 se había desnaturalizado de su señor, Alfonso IX de León, y decidió pactar su apoyo a los almohades, probablemente debido a su enemistad con Alfonso VIII de Castilla. Contaban con una buena infantería y caballería pesada.

Hueste castellana, bajo el mando del rey Alfonso VIII de Castilla, que no aguardó la llegada del total de sus nobles leales ni de sus aliados de los reinos de León, Aragón y Navarra. Su ejército se componía principalmente de:

  • Caballeros leales al Rey: Un heterogéneo grupo de nobles y caballeros de diferentes estratos que formaban la “guardia” que habitualmente protegía al monarca y solían permanecer cerca del mismo. No eran especialmente numerosos, pero sí bien entrenados, equipados y muy leales, mayoritariamente caballería pesada.
  • Mesnadas de los Nobles: Ejércitos reunidos por los señores que rendían vasallaje o lealtad al rey castellano, formados por caballeros, infantes y mercenarios, así como las levas de sus tierras. A Alarcos acudieron numerosos señores, como Diego López de Haro, Señor de Vizcaya; Ordoño García de Roda; Pedro Rodríguez de Guzmán, mayordomo mayor de Alfonso VIII; el Conde D. Pedro, Señor de Molina; los Obispos de Ávila, Segovia, y Sigüenza y muchos otros.
  • Tropas de los Concejos: Grupos no profesionales y desigualmente equipados, pero muy temibles en algunos casos. La obligación de enviar tropas al rey dependía de los fueros y concesiones de cada lugar, pero algunas, como las de Extremadura y Ávila, fueron numerosas y acumulaban mucha experiencia en la lucha contra los musulmanes.
  • Las Órdenes Militares: Piedra angular de la vanguardia y la retaguardia de los ejércitos cristianos desde hacía ya cierto tiempo, a Alarcos acudieron muchas de las Órdenes con presencia en la zona. Poseían buena equipación, preparación y una marcada disciplina. La Orden de Calatrava acudió al mando de su Maestre D. Nuño Pérez de Quiñones, llevaban consigo algunos perros que causaban estragos en las tropas enemigas. La Orden de Santiago, también dirigida por su propio Maestre D. Gonzalo Rodríguez, recién nombrado. La Orden del Temple envió algunos caballeros y los Freires de Trujillo se unieron a la batalla bajo el estandarte de los de Calatrava. Incluso la Orden de Évora, procedente del Reino de Portugal, envió un grupo al mando del Maestre Gonçalo Viegas, que se puso también bajo el estandarte de Calatrava. Probablemente hubo presencia menor de otras Órdenes como los Fratres de Ávila.

En cuanto al número de las tropas, no hay acuerdo sobre ello entre los historiadores actuales, ya que las crónicas medievales habitualmente los maquillan y redondean a conveniencia. Algunos autores sugieren una aproximación de 30.000 para el ejército almohade y más de 20.000 para los castellanos. Lo único seguro es que los musulmanes superaban ampliamente en número a sus rivales. En cuanto a las bajas al término de la batalla, tampoco hay números consensuados, la derrota cristiana sugiere que sus bajas debieron ser muy numerosas, pero seguramente, debido al tipo de tropas y estrategia, las bajas musulmanas fueran también muy numerosas, quizá incluso mayores. En todo caso hay mucha variedad en cuanto a las estimaciones.

Antecedentes

Entre 1144 y 1147 el nuevo Imperio Almohade tuvo que reprimir las revueltas de varios reyes taifa de Al-Andalus, cuyo territorio habían adquirido al apoderarse del reino de los almorávides. Tras pacificar sus territorios en el norte de África, en 1150 pasan definitivamente el Estrecho y el Califa deja a su hijo, Abu Yaqub Yusuf, como gobernador de Al-Andalus, aunque aún pasarían varios años combatiendo las insurrecciones. Especialmente cruenta fue la guerra contra Muhammad Ibn Mardanis “el Rey Lobo”, autoproclamado Emir de Murcia, que duró de 1159 a 1165. En este intervalo Abu Yaqub Yusuf sucedió a su padre en el trono. Tras la derrota de Ibn Mardanis, el avance de los almohades fue casi imparable en la zona de Levante y a continuación se dedicaron a asegurar sus fromteras, lanzando aceifas contra las poblaciones cristianas de vez en cuando.

Los reinos cristianos tampoco permanecieron impasibles, la debilidad de los antiguos reinos taifa impulsó que muchos de ellos fueran conquistados total o parcialmente por estos. También intentaron frenar el avance almohade, incluso enviando tropas a reyes como Ibn Mardanis, sin mucho éxito. A menudo los conflictos entre los propios reinos cristianos eran una mayor preocupación que la amenaza almohade, por lo que se firmaron treguas con estos en diferentes momentos. Especialmente entre 1190 y 1192 casi todos los reinos cristianos estaban en paz con los almohades a causa de estos pactos.

En 1194 Alfonso VIII de Castilla da por terminada la tregua con Abu Yaqub Yusuf y decide reiniciar las hostilidades contra los almohades, aprovechando la reciente paz con el Reino de León. Los castellanos lanzan varios ataques hacia el sur, de los que los más importantes fueron las incursiones comandadas por el Arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga,  y con presencia de la Orden de Calatrava, que llegaron hasta Sevilla causando graves daños. Sólo los de Calatrava se llevaron consigo más de 300 cautivos, ganado y una gran cantidad de bienes valiosos.

En respuesta a estos ataques, Abu Yaqub Yusuf reclutó un gran ejército con el que cruzó el Estrecho el 1 de Junio de 1195. Llegaron a Córdoba en torno al día 30 y el 4 de Julio se disponían a alcanzar el puerto de Muradal, tras lo que alcanzaron fácilmente la explanada ante el castillo de Salvatierra, propiedad de la Orden de Calatrava, masacrando a las patrullas de la zona. Acamparon en el paso de El Congosto primero, donde decidieron su estrategia y dividieron el ejército en dos partes, vanguardia y retaguardia, y desde allí avanzaron hasta las inmediaciones de Alarcos, dejando la impedimenta a salvo atrás antes de formar a tiro de “dos flechas” según fuentes árabes del ejército cristiano.

Conociendo el avance de los almohades, Alfonso VIII había contactado con los reyes de León, Navarra y Aragón y con otros posibles aliados para reunir una gran fuerza con la que hacerles frente. Reunió su mesnada en Toledo y partió hacia la ciudad y fortaleza en construcción de Alarcos, de camino se le unieron las mesnadas de las Órdenes de Santiago y Calatrava. Acamparon en el cerro donde se situaba la fortaleza de Alarcos, aún sin terminar por completo, cerca también de la población homónima cuya muralla estaba sin acabar también.

Poco después de su llegada a Alarcos, sus exploradores avistaron a los almohades el 16 de Julio de 1195. Alfonso VIII quiso plantar batalla el 18 de Julio, sin esperar la llegada de la hueste leonesa ni de los navarros, así como otros de sus aliados. Pero Abu Yaqub rehusó, prefiriendo esperar la llegada de algunas de sus tropas rezagadas, y fue el 19 de Julio cuando los almohades formaron filas frente a los castellanos.

 

La batalla

Despliegue:

No existe plena certeza del terreno exacto donde se desarrolló el despliegue de la batalla, pero lo más probable es que fuera en la zona de 9 km2 entre el cerro alto donde se encontraba la fortaleza de Alarcos y la zona del actual municipio de Poblete, limitado al Oeste por el río Guadiana y al Este por el antiguo camino romano.Las formaciones de batalla aquí ofrecidas son las más probables según numerosos estudios, como los de García Fitz, Huici Miranda y Martínez Val, pero tampoco existe plena certeza sobre ellas.

Sea como sea, al amanecer del 19 de Julio de 1195 las tropas del Califa Abu Yaqub Yusuf ya se encontraban desplegadas a corta distancia de Alarcos. Los arqueros formaron delante, con los Guzz a caballo en primera línea y los que iban a pie detrás, protegidos por los voluntarios. El cuerpo central estaba formado por los Hintata bajo el mando del Visir Abu Yahya, con un frente de lanceros con escudos, otro de infantería con jabalinas y una tercera fila de honderos. Una vez se hubieran producido las primeras descargas, los arqueros de la vanguardia se ocultarían en este cuerpo central. Seguramente el flanco derecho estaba conformado por los andalusíes, mientras que el izquierdo aglutinaba a los Zenata y otras tropas magrebíes. El Califa con sus guerreros almohades y los refuerzos ocupaban la zaga, el cuerpo más retrasado. Antes del comienzo de la batalla, el líder musulmán arengó a sus tropas con suras coránicas.

Los castellanos se vieron sorprendidos por la formación de los musulmanes, que habían eludido la batalla las jornadas previas, y tuvieron que aprestarse rápidamente al combate, formando sus filas y bajando del cerro de la fortaleza. La vanguardia estaba formada por la caballería pesada dirigida por Diego López de Haro. Tras esta, el cuerpo central del ejército, con las milicias concejiles y los caballeros de las mesnadas obligatorias en los flancos según algunos expertos. La retaguardia, utilizada principalmente para proteger el retroceso de los caballeros en caso necesario, estaba formada por la infantería. El Rey, con una reserva de caballeros, se habría quedado más atrás en una zona elevada.

Primera fase:

Los primeros en atacar fueron los caballeros de la vanguardia cristiana, que cargó contra sus enemigos. Esta primera carga no tuvo éxito, ya que les recibieron las descargas de flechas y proyectiles de las primeras filas musulmanas, frenando su avance y obligándoles a retroceder y reorganizarse. Es posible que lanzasen una segunda carga fallida, pero lo que es seguro es que en la siguiente ocasión la vanguardia almohade debía haber cedido el sitio a la infantería, aunque los Guzz aún seguirían hostigando con su estrategia de avance y retroceso constante mientras disparaban sus arcos. Esta tercera (o segunda) carga logró romper la línea de los musulmanes y causó muchos estragos entre las filas de los Hintata, incluída la muerte del Visir Abu Yahya.

Una vez perdida la inercia de la carga inicial, los caballeros cristianos se giraron hacia uno de los flancos para atacar a los voluntarios y causar un gran número de bajas. Los musulmanes no se arredraron de todos modos, resistiendo sin romper las formaciones como esperaban los castellanos. Las horas pasaban y el calor y el cansancio se volvían contra los caballeros bajo sus pesadas armaduras.

Segunda fase:

Viendo que los cristianos estaban causando tantas bajas, el propio Califa  avanzó casi en solitario para exhortar a sus tropas y, según los cronistas musulmanes, esto enardeció sus espíritus y se lanzaron a luchar con el mayor ahínco. El monarca almohade ordenó cambiar de estrategia y lanzar un doble movimiento envolvente sobre los cristianos. La movilidad de los musulmanes, especialmente los Guzz, era mucho mayor que la de los caballeros cristianos, que no tenían espacio para cargar y atacar adecuadamente al estar envueltos entre el cuerpo central del ejército enemigo.

Los Guzz y demás arqueros y ballesteros acosaron constantemente a los cristianos cuando trataban de volver grupas y cada vez llegaban más refuerzos de entre los que los musulmanes habían diseminado en la línea del río.

Tercera fase:

Tras verse envueltos por los musulmanes, los caballeros cristianos empezaron a caer más rápidamente, sin encontrar la forma de volver a salir del cuerpo del ejército enemigo. Viendo esto, Alfonso VIII decidió intentar abrir una brecha por la que pudieran retirarse y se lanzó al combate con sus caballeros, atacando un flanco del ejército musulmán. Sin embargo, el monarca almohade fue advertido de este movimiento y se lanzó también a la batalla, haciendo que desplegaran sus estandartes para que todos pudieran verlos. Tanto los musulmanes como los cristianos redoblaron sus esfuerzos.

Por orden del Califa, la última reserva almohade, parapetada en secreto tras una colina, se desplegó y se unió a la batalla. Alfonso VIII se dio cuenta de que la batalla estaba perdida, pero se resistió a huir. Los cronistas de la Orden de Calatrava afirman que quiso seguir combatiendo y aseguró que prefería morir allí que regresar con la afrenta de la derrota a Toledo. Sin embargo, los caballeros más cercanos al monarca acabaron por convencerle de la conveniencia de preservar su vida y acabaron por lograr batirse en retirada hacia la fortaleza de Alarcos. Se trataba de una treta, ya que acto seguido la abandonaron por una puerta trasera y siguieron cabalgando hacia Toledo, apenas dos decenas de caballeros con su Rey.

Diego López de Haro también logró romper el cerco musulmán con algunos de sus caballeros, refugiándose en la fortaleza y preparándose para resistir allí. Portaba la enseña del Rey, de modo que los enemigos pensaran que este aún se encontraba allí. La infantería, que estaba en su mayoría en retaguardia, se retiró a su vez a Alarcos. Los almohades cercaron entonces la fortaleza y los cristianos intentaron alguna cabalgada, sin mucho éxito. Aún morirían bastantes hombres a los pies de la fortaleza, principalmente infantería y arqueros, pero pronto quedó claro que la situación no podría alargarse mucho.

Abu Yaqub Yusuf envió entonces a Pedro Fernández de Castro a negociar la entrega del monarca cirstiano, que creía en la fortaleza, pero al saber por este que había escapado se enfureció. No obstante, permitió que se negociara la libertad de Diego López de Haro y sus notables a cambio de la entrega de doce caballeros como rehenes y el compromiso de que aquel viajase a Marrakus y se entregase como cautivo más adelante.

Consecuencias:

Al día siguiente llegaron a Alarcos los condes D. Álvaro y D. Gonzalo de Lara, yernos de Diego López de Haro, con sus tropas. Pedro Fernández de Castro, enemistado con ambos, intentó hacerles prisioneros, pero se refugiaron a tiempo en la fortaleza y su suegro logró sacarles luego con él, ya entregados los rehenes, haciéndoles pasar por parte de sus caballeros. El resto de cristianos refugiados se pusieron bajo protección de Pedro Fernández de Castro y regresaron a sus hogares más tarde.

Los nobles liberados se reunieron con su Rey en Toledo pocas jornadas más tarde. La noticia de la gran derrota, que había diezmado las tropas castellanas, corrió por todo el Reino y por el resto de los reinos vecinos muy deprisa. Puesto que poco antes se habían perdido las plazas más importantes en Tierra Santa, tras la derrota en las Batalla de los Cuernos de Hattin, muchas voces se alzaron para señalar que se debía a la ira de Dios contra la degradación moral de la cristiandad. El Reino de Castilla se aprestó para defender las valiosas tierras en la ribera del Tajo, dando por perdidas las tierras alrededor de Alarcos.

Los almohades se movieron rápido también, apoderándose de las fortalezas cercanas a Alarcos de inmediato y algunas más en las semanas siguientes. Puesto que gran parte de las tropas se habían nutrido precisamente de las guarniciones de las fortalezas cercanas, los musulmanes se encontraron que muchas de ellas apenas les podían presentar resistencia. Tomaron en poco tiempo Alarcos, la Torre de Guadalferza, Malagón, Benavente, Calatrava y Caracuel, regresando entonces el Califa a Sevilla para celebrar la victoria y recuperarse de las cuantiosas bajas.

Las mayores pérdidas fueron para las Órdenes Militares, pues la mayor parte de las bajas eran caballeros y los freires eran guerreros veteranos cuyo entrenamiento conllevaba años y cuyo equipamiento resultaba muy costoso. Murieron en la contienda o en los días siguientes los Maestres de la Orden de Évora y de Santiago y la de Trujillo perdió muchísimos efectivos. Con diferencia, la Orden de Calatrava resultó la más afectada, pues Alarcos se encontraba en el llamado Campo de Calatrava, donde se encontraban la mayor parte de sus posesiones. Perdieron, entre otras, la fortaleza de Calatrava, su sede principal, viéndose obligados a refugiarse primero en Toledo y luego en sus otras posesiones. Además,las bajas habían sido importantes y era evidente que pronto tendrían que combatir otra vez.

Pero los almohades no fueron la única preocupación para el Reino de Castilla, Alfonso VIII había ofendido a sus aliados al no haberles esperado para el combate y sin duda eso sería utilizado como excusa para iniciar hostilidades. La realidad es que Castilla se encontraba en un momento de debilidad y el resto de reinos cristianos de la Península podrían convertirse fácilmente en lobos hambrientos de sus territorios.


Trasfondo Histórico: Reinos Cristianos

 

Los Reinos Cristianos

A finales del siglo XII la Península Ibérica aún estaba dividida en una pequeña pléyade de reinos, cinco de ellos cristianos y uno, el de mayor tamaño, musulmán.

La Península en el siglo XII

Monarcas reinantes en 1195

  • Alfonso VIII de Castilla (Soria, 11 de Noviembre de 1155): Hijo de Sancho III de Castilla y Blanca Garcés de Pamplona, heredó siendo un niño en 1158. Casado desde 1170 con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra. Han tenido ocho hijos hasta el momento, de los que viven seis, su heredero es el infante Fernando, de seis años.
  • Alfonso IX de León (Zamora, 15 de Agosto de 1171): Hijo de Fernando II de León y de Urraca de Portugal. Heredó en 1188, a la muerte de su padre. Casado con Teresa de Portugal, hija de Sancho I de Portugal, desde 1191. Han tenido tres hijos, siendo el heredero el infante Fernando de tres años.
  • Sancho I de Portugal (Coimbra, 11 de Noviembre de 1154): Hijo de Alfonso I Enríquez y de Mafalda de Saboya. Heredó el trono en 1185. Casado con Dulce de Aragón desde 1174, han tenido nueve hijos de los que viven cinco, siendo el heredero el infante Alfonso, de nueve años.
  • Sancho VII de Navarra (Tudela, 17 de Abril de 1154): Hijo de Sancho VI de Navarra y de Sancha de Castilla. Heredó en 1194. Prometido a Constanza de Tolosa, hija del Conde de Tolosa, su matrimonio está a punto de celebrarse. Tiene varios hijos naturales a los que no ha dado legitimidad como herederos.
  • Alfonso II de Aragón (Huesca, Marzo de 1157): Hijo de Petronila I de Aragón y de Ramón Berenguer IV Conde de Barcelona. Heredó la corona en 1164, siendo aún menor. Casado desde 1174 con Sancha de Castilla, han tenido nueve hijos de los que viven siete, su heredero es el infante Pedro, de diecisiete años.

Las Órdenes Militares

En el siglo XII las Órdenes Militares jugaban un papel fundamental en la guerra, especialmente en Tierra Santa y en la Península Ibérica, donde se libraban batallas en nombre de la Fe contra las huestes musulmanas. En los reinos peninsulares constituían una fuerza tal que los reyes y nobles les cedían constantemente fortalezas y territorios para que los defendieran y explotaran, esperando a cambio su ayuda llegado el momento. Por este motivo, las Órdenes proliferaron durante varios siglos, apoyadas por monarcas que además preferían a las locales, de profesión religiosa pero sin superiores en otras tierras que pudieran utilizarlas para sus propios fines. Es probable que existiese un gran número de Órdenes menores repartidas por todos los reinos cristianos, pero las que tuvieron mayor relevancia fueron las siguientes:

  • Orden del Temple: Fundada entre 1118 y 1119 en Jerusalén. Se diseminó por Tierra Santa y enseguida se estableció también en la Península Ibérica, inmersa en su guerra por recuperar los territorios conquistados por los musulmanes. Son una de las Órdenes que mayor poder llegó a poseer en la cristiandad. En 1195 el Gran Maestre es Gilbert Erail, que podría haber nacido en el Reino de Aragón aunque no hay pruebas concliyentes. Los Templarios estaban presentes sobre todo en Aragón, pero también en León y Castilla. En 1150 Alfonso VII de León les entrega la ciudad de Calatrava y su fortaleza, junto a otras posesiones en la zona, para que la defiendan de los ataques del enemigo. Sin embargo, la Orden devuelve la fortaleza a su sucesor, Sancho III de Castilla, al estimar que no podían (o querían) seguir protegiéndola. 
  • Orden de Santiago: Fundada en 1170 a raíz del encargo hecho por Fernando II de León a los llamados Caballeros de Cáceres de que protegiesen la ciudad. Aunque finalmente fue conquistada por los musulmanes, los caballeros decidieron continuar con una de sus funciones originales: defender a los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. Progresaron mucho y enseguida abrieron más encomiendas y hospitales. Se extendieron mucho por el Reino de León y el de Castilla y con el tiempo alcanzaron también Aragón, Portugal, Francia, Inglaterra y Antioquía, entre otras tierras. Su sede en Castilla era la fortaleza de Uclés, entregada por Alfonso VIII a la Orden en 1174 (aunque en el Reino de León se les exigía que su sede fuese San Marcos), su asentamiento más poderoso. Su Maestre en 1195 era Gonzalo Fernández de Lemos, muerto junto a muchos de sus caballeros en la Batalla de Alarcos.
  • Orden de Calatrava: Fundada en 1158, cuando el rey Sancho III entrega la ciudad y la fortaleza de Calatrava al Abad Raimundo del Monasterio de Fitero, que ayudado por Diego Velázquez, uno de sus monjes, organizó una importante fuerza de monjes guerreros en poco tiempo. Su éxito protegiendo la ciudad les hizo acreedores de más donaciones de los reyes castellanos y la Orden creció, participando en la guerra contra los musulmanes y extendiéndose también al Reino de Aragón. Sufrieron muchas pérdidas en la Batalla de Alarcos, incluyendo la de su fortaleza y sede principal, la de Calatrava, viéndose obligados a retroceder hasta sus posesiones en Ciruelos, cerca de Toledo. El Maestre en 1195 era Nuño Pérez de Quiñones.
  • Orden de Évora: Fundada en 1166, desde el germen creado por un grupo de caballeros que decidieron seguir luchando contra los musulmanes tras la toma de Lisboa, a los que Alfonso I de Portugal les encargó la protección de la ciudad de Évora. La Orden de Calatrava les prestó ayuda y apoyo en diversas ocasiones, por lo que los de Évora les honraron en 1187 adoptando su consitución y su emblema en color verde. Su Maestre en 1195 era Gonçalo Viegas, muerto en la Batalla de Alarcos, donde sufrieron importantes pérdidas.

 

Antecedentes históricos

El Reino de Castilla

El origen del Reino de Castilla, anteriormente Condado de Castilla, está en el reparto de la herencia de Fernando I “el Magno” de León, quien dividió sus territorios entre sus hijos y elevó el condado a reino para dejárselo a su primogénito, Sancho II de Castilla, en 1065. A la muerte de Sancho II, heredó su hermano Alfonso VI, que ya era rey de León, reunificando ambos territorios.

Tras la muerte en 1109 de Alfonso VI, conocido como “el Bravo”, que había logrado aglutinar bajo su poder los reinos de Galicia, León y Castilla, y conquistado una importante franja de territorio a los musulmanes, incluyendo la ciudad de Toledo, la corona recayó en su hija Urraca. La nueva reina, que estaba viuda, fue forzada a casarse para poder acceder a las coronas de León y Castilla y el elegido, por deseo expreso del monarca fallecido, fue el rey de Aragón Alfonso I “el Batallador”. El matrimonio tuvo desde el principio una relación más que tumultuosa que llevó a constantes conflictos entre sus seguidores. En 1111, cediendo a las exigencias de una parte de la nobleza gallega, la reina aceptó que su hijo Alfonso fuese nombrado rey de Galicia junto a ella.  Alfonso I, en represalia a las decisiones adoptadas por su esposa, llegó a tomar varias plazas de sus reinos y se reconciliaron y volvieron a separar en más de una ocasión. No tuvieron descendencia y finalmente el matrimonio fue declarado nulo en 1114 alegando no consumación y consanguineidad.

En 1126, tras su muerte, su hijo Alfonso, ahora Alfonso VII y que sería conocido como “el Emperador”, fue coronado Rey de Leon y de Castilla, aunque en este último reino hubo de enfrentarse con su padrastro Alfonso I que se había hecho fuerte en varias plazas. Tras varios enfrentamientos, en 1127 llegan a un acuerdo, firmando las Paces de Támara, por las que se reconfiguraban las fronteras de ambos reinos. En 1135 fallece el rey aragonés y Alfonso VII se postula como sucesor, aunque no es elegido, tomando de todos modos las ciudades de La Rioja y Zaragoza, que devolvería a Aragón a cambio de su vasallaje. En general tuvo una política de conquista bastante exitosa, pero a su muerte, en 1157, decidió repartir sus reinos entre sus hijos Fernando y Sancho, correspondiéndole al primero el Reino de León y al segundo el de Castilla.

Sancho, que sería conocido como Sancho III “el Deseado”, tuvo un reinado sumamente breve, de tan sólo un año de duración, pero fue capaz de conseguir en ese tiempo que el Rey de Navarra y el Conde de Barcelona se declarasen vasallos suyos. También propició la formación de la Orden de Calatrava, al cederle a sus fundadores el señorío de Calatrava que los Teplarios se negaron a seguir protegiendo. Conquistó también algunos territorios a su hermano Fernando en León, pero llegaron a un acuerdo por el que se los devolvería con ciertas condiciones. Su muerte repentina, en 1158, puso en el trono a su hijo Alfonso, de apenas tres años de edad.

El reinado de Alfonso VIII hasta la Batalla de Alarcos:

Alfonso VIII, hijo de Sancho III de Castilla y de Blanca Garcés de Pamplona, había nacido en Soria en 1155. Tuvo una infancia muy complicada a causa del enfrentamiento entre su tutor, Gutierre Fernández de Castro, y el regente Manrique Pérez de Lara. Este arreglo se había ideado para intentar mantener a raya las ambiciones de la Casa de Castro y la Casa de Lara, las de mayor ascendencia sobre el Reino de Castilla en aquel momento, pero no logró evitar la guerra entre ambas y el debilitamiento de Castilla en esos años de inseguridad. Debido a esto, en 1159 Sancho VI de Navarra tomaba Logroño y parte de La Rioja, mientras que Fernando II de León se apoderaba de Burgos. Al año siguiente los Lara fueron derrotados por sus rivales en la Batalla de Lobregal, aunque conservaron al pequeño monarca bajo su custodia, trasladándole a Soria, donde permaneció hasta 1162. Fernando II de León, que apoyaba la causa de los Castro, continuó avanzando y conquistó Segovia y Toledo en ese tiempo, por lo que los Lara tomaron la decisión de entregarle al joven Alfonso. No obstante, la lealtad de un hidalgo que lo puso a salvo en el castillo de San Esteban de Gormaz, lo evitó. Alfonso VIII fue protegido en las villas leales del norte de Castilla en los siguientes años, pasando por Atienza y Ávila, que protagonizaron una férrea defensa del monarca.

En 1170 fue finalmente considerado mayor de edad, por lo que fue proclamado Rey de Castilla por las Cortes de Burgos, con todos los honores. Inmediatamente se concertó su matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra, y los esponsales se celebraron ese mismo año. En cuanto afianzó su trono, decidió recuperar las plazas perdidas durante su minoría de edad, aliándose con el rey aragonés Alfonso II, que sería conocido como “el Casto”. En 1173 ambos atacaron a Sancho VI de Navarra, recuperando Logroño y la mayor parte de La Rioja. Continuó la política de su padre de ceder territorios a las Órdenes militares, de modo que estas las protegieran de los ataques de los musulmanes. En 1177 reconquistó Cuenca y en 1179 firma con Alfonso II de Aragón el Tratado de Cazola, repartiéndose el territorio del Reino de Navarra y las zonas a conquistar a los musulmanes. Por este acuerdo, Murcia pasaba a ser zona de conquista para Castilla y a cambio Aragón dejaba de rendirle vasallaje, lo que fue casi lo único que pudo llevarse a la práctica finalmente.Entre 1178 y 1180 tuvo nuevos conflictos con Fernando II de León, que acabaron con la firma de un acuerdo en Tordesillas.

Durante los años siguientes reforzó diversos territorios, fundó fueros y se ganó un nombre como monarca ilustrado y promotor de una corte en la que se daba la bienvenida a sabios, trovadores y otros letrados, influido especialmente por su esposa Leonor de Plantagenet. En general se puede decir que apoyó las artes y las ciencias, fundando incluso el primer germen de la universidad en Castilla, el llamado Stiudium Generale de Palencia.

En 1186 fundó Plasencia y firma alianzas con el resto de reyes cristianos para enfrentar juntos el avance almohade. Sin embargo, en 1188 se reúne en Carrión de los Condes con su primo y nuevo Rey de León, Alfonso IX, con quien firma un concordato de buena voluntad que muy pronto rompería el castellano a causa de la debilidad del nuevo monarca. Entra en León y toma algunos territorios, iniciando un conflicto que durará varios años. A causa de este enfrentamiento y otros motivos, se aviene en 1190 a una tregua con los almohades. En 1194 por fin acaban las hostilidades con el reino de León, firmándose el Tratado de Tordehumos, por el que Alfonso VIII se compromete a devolver los territorios tomados a León a cambio de que el rey leonés desposara a su hija Berenguela y, en caso de morir sin descendencia, su reino sería anexionado por Castilla. Esta paz le permite romper la tregua con los almohades y reiniciar la reconquista.

La Batalla de Alarcos, acaecida en julio de 1195, es la consecuencia de los ataques castellanos liderados por el Arzobispo de Toledo, Martín López de Pisuerga, que causaron estragos en los territorios musulmanes y llegaron a la mismísima Sevilla. En respuesta, el Califa Abu Yaqub Yusuf al-Mansur reunió un gran ejército con el que cruzó el Estrecho de Gibraltar. Enterado, Alfonso VIII empezó a reunir a sus huestes en Toledo, enviando aviso al resto de monarcas cristianos. Consiguió el apoyo de León, Navarra y Aragón, que empezaron a movilizarse también. El ejército almohade se movía deprisa y pronto estuvieron frente al castillo de Salvatierra, en poder de la Orden de Calatrava y una de cuyas avanzadillas exterminaron con facilidad. Alarmado, Alfonso VIII partió con su ejército hacia Alarcos, una fortaleza en construcción junto al Guadiana (cerca de la actual Ciudad Real), plantando batalla al enemigo en cuanto sus tropas estuvieron reunidas, sin esperar a sus aliados. Esta decisión le valió una tremenda derrota y numerosísimas bajas, permitiendo a los almohades apoderarse de toda la zona, a excepción de muy pocas plazas fuertes, y amenazar la propia Toledo, en la que se refugiaron los supervivientes.

El regreso de Abu Yaqub Yusuf (Yusuf II) a Sevilla para recuperarse de las bajas, impidió que la pérdidas castellanas fueran mayores, pero la nueva frontera entre Castilla y el territorio almohade quedaron fijadas en los Montes de Toledo.

El Reino de León

Derivado del antiguo Reino de Asturias, tuvo una gran expansión durante el siglo X y XI, unificándose y dividiéndose de los reinos de Galicia y Castilla en los diferentes reinados de sus monarcas durante ese tiempo. En 1065, a la muerte de Fernando I de León “el Magno”, este reparte sus territorios entre sus tres hijos Sancho, Alfonso y García, que se convertirán en reyes de Castilla, León y Galicia respectivamente. Tras muchos conflictos entre los tres, y a causa de la muerte de Sancho, Alfonso, convertido en Alfonso VI “el Bravo”, reunificará los territorios y se los legará a su hija Urraca I, quien los legará a su vez a su hijo Alfonso VII, tal como ya se ha reseñado. Este, siguiendo la antigua costumbre, dividió de nuevo los reinos entre sus dos hijos, Fernando y Sancho. El primero se convirtió en 1157 en Rey de León como Fernando II.

El reinado de Fernando II:

Fernando recibió los territorios de León y Galicia y tuvo algunos confflicos con su hermano, Sancho III de Castilla, durante los comienzos de su reinado, pero en 1158 firmó con este el Tratado de Sahagún, por el que le fueron devueltos los territorios tomados por los castellanos y se repartieron las zonas a conquistar a los musulmanes y otros detalles. Pero Sancho III murió ese mismo año, dejando en el trono a un niño de apenas tres años y una regencia complicada. Fernando II vio el caos creciente y entró en Castilla, conquistando algunas plazas y exigiendo que le entregaran a su sobrino para educarlo, apoyando a priori a los Castro, que en 1160 derrotaron a los Lara, quienes mantuvieron pese a todo al pequeño rey bajo su custodia. En 1162 Fernando II conquistó Toledo y Segovia, amenazando a los Lara, que decidieron entregarle al niño rey, pero la intervención de un hidalgo, que lo puso a salvo en las villas leales del norte, lo impidió. En 1164 se reunió de nuevo con los Lara en Soria, ya que uno de ellos continuaba siendo Regente de Castilla, para acordar la entrega de Uclés a la Orden del Temple de modo qeu ayudaran en la defensa de Toledo, que continuaba bajo control leonés. Al mismo tiempo, se alió con Sancho VI de Navarra para intimidar a los nobles castellanos y poder dedicar suas esfuerzos a combatir a los almohades.

En 1165 contrajo matrimonio con Urraca, hija de Alfonso I de Portugal. El año siguiente, 1166, los castellanos recuperaron Toledo y Fernando II se enfrentó a Alfonso I de Portugal, que tomaría varios terrtiorios leoneses en los dos años siguientes y acabaría aliándose con el Califa almohade Abu Yaqub Yusuf (Yusuf II) para pararle los pies al monarca portugués en su conquista de Badajoz y de paso recuperar sus territorios. En 1169 derrotó a los portugueses, haciendo prisionero a su rey y dejando la plaza de Badajoz a los musulmanes, pero reteniendo Cáceres y varias plazas más tras un tratado de paz con Portugal a cambio de la liberación del rey. En 1170 encargó la defensa de Cáceres a u grupo de Caballeros que luego se convertirían en la Orden de Santiago.

Poco después, en 1173 las tornas cambiaron y los musulmanes, derrotados por Alfonso I de Portugal, atacaron territorio leonés para intentar apoderarse de Ciudad Rodrigo, una plaza fuerte útil contra sus enemigos, pero Fernando II se hizo fuerte allí y derrotó a los almohades, provocándoles muchas bajas. En 1175, a causa de las insidias de los reinos de Castilla e Inglaterra que enviaron su oro al Papa Alejandro III, Fernando se vio obligado a repudiar a su esposa Urraca, con la excusa de la consanguineidad y pese a haber tenido de ella a su hijo Alfonso. Dos años más tarde contrajo un segundo matrimonio con Teresa Fernández de Traba, viuda de Nuño Pérez de Lara. Acto seguido invadió de nuevo el Reino de Castilla, cuyo rey reaccionó aliándose con Alfonso I de Portugal para rechazarle. A primeros 1180 se reunió en Tordesillas con Alfonso VIII de Castilla y firmaron la paz. Ese mismo año perdió a su segunda esposa por un mal parto en que también murió el bebé.

Casó una tercera vez en 1187 con Urraca López de Haro, hija del Señor de Vizcaya y Nájera, con quien mantenía una relación desde poco después de la muerte de su segunda esposa y de la que ya había tenido tres hijos ilegítimos, dos de ellos muertos en la infancia antes del matrimonio de sus padres y un tercero, Sancho Fernández, legitimado tras este. Esta tercera reina intentó asegurar el trono para su hijo superviviente, asegurando que el infante Alfonso no tenía legitimidad como heredero a causa de la anulación del matrimonio de sus padres y logrando que Fernando II le exiliara. Al año siguiente el Rey moría, dejando una sucesión complicada por su viuda.

El reinado de Alfonso IX hasta la Batalla de Alarcos:

Alfonso fue hijo de Fernando II de León y de Urraca de Portugal, (y por tanto primo de Alfonso VIII de Castilla), nacido en Zamora en 1171. A causa de los intereses de los distintos reinos, sus padres vieron anulado su matrimonio cuando sólo contaba cuatro años. Más tarde su padre se casó de nuevo y, a instancias de su nueva esposa, también llamada Urraca, el joven Alfonso fue expulsado de la corte por su padre. No obstante, no le retiró sus derechos de sucesión y cuando Fernando II murió Alfonso ya tenía diecisiete años y era mayor de edad para aceptar la corona. Pese a tener sus propios partidarios, los manejos de su amdrastra hicieron realmente complicada la sucesión y los reinos de Portugal y Castilla ambicionaban poder repartirse el territorio del Reino de León, mientras los almohades suponían cada vez una amenaza mayor en el sur. Por si esto no fuera poco, se encontró con las arcas vacías y la economía del reino totalmente arruinada por las políticas y campañas de su padre. Necesitado de apoyos, convocó las Cortes de León en el mismo año de 1188 e incluyó en ellas, por primera vez, a los representantes de las ciudades de León, Galicia, Extremadura y Asturias. Nunca antes se habían convocado unas Cortes representativas como aquellas, aunque por supuesto los motivos del monarca eran principalmente económicos. La reina viuda no logró los apoyos necesarios y Alfonso IX sería coronado con todos los honores.

Poco después de su proclamación, Alfonso IX se reunió con Alfonso VIII de Castilla en Carrión, con la intención de establecer buenas relaciones con su primo y vecino y este le armó caballero en una ceremonia a la que acudieron algunos otros jóvenes príncipes también. Pese a sus buenas intenciones iniciales, el Rey de Castilla consideró débil a su vecino y poco tiempo después rompería el pacto y atacaría las fronteras leonesas, conquistando algunas plazas. Portugal también lanzó algunos ataques contra el reino, pero Alfonso IX buscó congraciarse buscando la ayuda de su rey y contrajo matrimonio con Teresa de Portugal, una de sus hijas, en 1191. La consanguineidad de este matrimonio provocó que tres años después fuese anulado por el Papa Celestino III, pero en ese tiempo tuvieron tres hijos, Sancha, Fernando y Dulce, que siguieron siendo considerados legítimos. En 1191, acosado por sus enemigos, pactó una tregua con los almohades. Viendo la debilidad de León, Portugal atacó y conquistó una parte de Galicia, mientras que Castilla intentaba de nuevo tomar algunas plazas en el propio León, aunque sin mucho éxito.

Pese a todas las dificultades, en los años de gobierno de Alfonso IX la economía empezó el camino de la recuperación, ya que se esforzó tanto en repoblar las zonas más despobladas o de reciente ocupación, como en apoyar a las zonas que precisaban un empuje para progresar. Protegió especialmente la viniviticultura y las explotaciones madereras, sin descuidar la enorme importancia de la ganadería. Poco a poco, también cumplió los acuerdos con los representantes populares en las Cortes de León de 1188, limitando el poder de los nobles e imponiendo políticas que garantizasen cierta justicia.

En 1194 llegó la paz con Castilla, que firmaron ambos reyes con las condiciones de que Alfonso VIII devolvería a León parte de los castillos conquistados en ese momento y el resto a su muerte, mientras que Alfonso IX desposaría a su hija Berenguela lo antes posible. Poco después, ante el ataque que preparaban los almohades, Alfonso VIII de Castilla le solcitió ayuda para enfrentarlos y el Rey de León le pidió a cambio la devolución del resto de las plazas que le había arrebatado. Alfonso IX llevó sus tropas cerca de Alarcos, donde el rey castellano había acudido con las suyas, pero su primo no le esperó, ni a él ni al resto de sus aliados, para enfrentarse a los almohades, recibiendo una terrible derrota contra estos. Furioso por el comportamiento del Rey de Castilla, Alfonso IX se retiró y envió más tarde emisarios a su primo para reunirse en Toledo y hablar del cumplimiento de su acuerdo.

El Reino de Portugal

Con diferencia, el reino de creación más reciente, formado con el Condado Portucalense que Alfonso VI creó en 1095 para entregárselo a Enrique de Borgoña, de quien había recibido ayuda en sus campañas contra los musulmanes y con quien había casado además a Teresa de León, una de sus hijas naturales. El nuevo Conde reforzó tanto la economía del territorio como su ejército, mejorando considerablemente las condiciones de vida en una zona constantemente amenazada por los almorávides. A su muerte en 1112, su viuda se hizo cargo de la regencia del feudo durante la minoría de edad de Alfonso, el hijo que les había nacido en 1109. Teresa hizo una buena labor, pero llegado el momento se negó a cederle los derechos al joven Alfonso, lo que acabó enfrentándoles en distintas ocasiones, hasta que las tropas leales a Teresa fueron derrotadas en la Batalla de San Mamede en 1128.

El primer Rey de Portugal:

Alfonso Enríquez, más tarde Alfonso I de Portugal “el Conquistador”, heredó el Condado Portucalense tras enfrentarse a su madre por los derechos del mismo en 1128. Las desavenencias con la condesa viuda venían de lejos, pues esta mantenía una relación con el Conde Fernando Pérez de Traba y el joven heredero se rodeó de nobles muy contrarios a esta. En 1125 se había armado caballero a sus propias manos, convirtiéndose con ello en un guerrero independiente y capaz de derrotar a los partidarios de su madre, y durante toda su vida se dedicó a conquistar nuevos territorios, aumentando constantemente el patrimonio recibido de sus padres. Continuó, además, la política de población y refuerzo económico de su padre.

No fue hasta 1139, tras la gran victoria de la Batalla de Ourique, cuando las propias tropas del conde empezaron a vitorearle como Rey de Portugal. No obstante, él no utilizó oficialmente dicho título hasta un año más tarde en ningún documento oficial. En 1141, tras ataques mutuos entre Portugal y León, Alfonso Enríquez y el Rey Alfonso VII decidieron dirimir las hostilidades mediante un torneo, el llamado Torneo de Arcos de Valdevez, en el que compitieron los mejores caballeros de ambos reinos. La victoria cayó del lado portugués, confirmándose así su poderío y la independencia del condado frente al Reino de León. Como confirmación definitiva, fue coronado por el Arzobispo de Braga durante las Cortes de Lamego (cuya celebración y detalles tienen una dudosa precisión histórica) en 1143 y poco después fue reconocido como monarca legítimo por Alfonso VII mediante el Tratado de Zamora. En los años siguientes se granjeó el reconocimiento eclesiástico para intentar consolidar la legitimidad del reino.

En 1146 se desposó con Mafalda de Saboya, hija de Amadeo III Conde de Saboya, con la que tendría al menos siete hijos en los años siguientes. A continuación se dedicó a ampliar sus territorios, conquistando Lisboa y Santarém en 1147 y asegurando las fronteras contra sus enemigos.  Casó a su hija Urraca con el nuevo Rey de León, Fernando II, en 1165, pero las relaciones entre ambos no fueron buenas. Entre 1166 y 1168 atacó varias plazas del Reino de León, persuadido de que su yerno pretendía algo contra él al reforzar y repoblar la plaza de Ciudad Rodrigo. El ataque a esta ciudad fracasó, pero tomó otras ciudades y castillos en Galicia. Animado por sus éxitos, tomó Cáceres en 1169 y continuó hacia Badajoz, que estaba en manos de los musulmanes pero correspondía en teoría a la zona de conquista de León, lo que enfureció a Fernando II que acudió con su ejército y Alfonso I se vio obligado a retirarse, con la mala fortuna de que se hirió una pierna al salir de la ciudad y fue hecho prisionero. Hubo de firmar la paz con el rey leonés, devolviéndole todas las plazas que le había arrebatado y entregándole también Cáceres y Badajoz.

Pero la animadversión entre ambos no acabó aquí, pues en 1178 Alfonso I se alía con los castellanos en contra de Fernando II, que estaba atacando a Alfonso VIII de Castilla, aunque las hostilidades no duraron demasiado. En 1179 Alfonso I recibió una buena noticia, ya que el Papa Alejandro III emitió una bula por la que reconocía oficialmente la corona y el Reino de Portugal como independiente y vasallo de la Iglesia. Murió, ya rey por pleno derecho, a finales de 1185, legando su corona a su hijo Sancho.

El reinado de Sancho I hasta la Batalla de Alarcos:

Sancho, nacido en Coimbra en 1154 del matrimonio entre Alfonso I de Portugal y Mafalda de Saboya, empezó muy pronto a representar a su padre (se le menciona con sólo tres años en un concilio), fue educado como heredero y preparado para ejercer responsabilidades de gobierno desde la infancia. Ya en 1168 aparece al mando de un ejército que Alfonso I envía contra su yerno Fernando II en Ciudad Rodrigo, aunque sufrió una tremenda derrota. En 1170 su padre le arma caballero, otorgándole mayores responsabilidades y convirtiéndole en su mano derecha y el comandante de sus huestes en numerosas campañas. Puesto que la alianza con León a través del matrimonio de su hermana Urraca no había surtido el efecto deseado, su padre buscó nuevas alianzas con el Reino de Aragón concertando su matrimonio con Dulce de Aragón, hija de la Reina Petronila de Aragón y el Conde Ramón Berenguer IV de Barcelona. Los esponsales tuvieron lugar en 1174 y la pareja tuvo al menos once hijos (nueve antes de la Batalla de Alarcos).

Su padre murió en 1185 y Sancho fue coronado como Sancho I de Portugal inmediatamente. A diferencia de su predecesor, abandonó las ambiciones sobre el territorio de Galicia y León y se volcó en arrebatar territorios a los musulmanes en el sur, pero la mayor parte de sus esfuerzos no estuvieron destinados a la guerra. Protegió las fronteras y aseguró las fortalezas más amenazadas, pero sobre todo fortaleció la economía del país y fundó un buen número de nuevas poblaciones, otorgando fueros y promoviendo la industria y el comercio interno. Dictó leyes y definió mejor la administración de sus territorios.

Las contínuas amenazas desde los territorioa almohades y la imestabilidad de las relaciones con los demás reinos cristianos de la Península, le llevaron a intentar de nuevo la alianza con León mediante el matrimonio de su hija Teresa de Portugal con el monarca Alfonso IX de León, que se celebró en 1191, pero este sería anulado por el Papa Celestino III apenas tres años después, amenazando a los reyes de ambos reinos con la excomunión mientras durase el matrimonio. Sancho I se tomó este gesto como una afrenta personal, aunque poco podía hacer el pontífice. Intentó a continuación asegurarse la amistad del Reino de Castilla mediante una intensa actividad diplomática, mientras mantenía la alianza con Aragón a través de su esposa.

No participó en la Batalla de Alarcos, ni se comprometió a facilitarle tropas al Rey de Castilla, pero se preparó para movilizar una hueste si fuera preciso. La derrota cristiana le llevó a un estado de franca alarma por el avance musulmán, con cuyas tierras hacía frente su reino.

El Reino de Navarra

Denominado hasta el siglo XII como Reino de Pamplona o de Nájera – Pamplona por su formación alrededor de Nájera y el condado de Pamplona. El último rey no vinculado además con Aragón fue Sancho Garcés III “el Mayor”, que reinaría entre 1004 y 1035 y fue padre (siendo aún soltero) de Ramiro I de Aragón, primero de este reino. En Pamplona le sucedería García Sánchez III “el de Nájera”, hijo legítimo de su matrimonio con Muniadona de Castilla, y que añadiría Álava y parte del Condado de Castilla a sus posesiones. A este le sucedería su hijo Sancho Garcés IV “el de Peñalén”, que fue asesinado durante una partida de caza y cuyo hijo menor de edad fue desplazado del trono por Sancho Ramírez de Aragón, hijo de Ramiro I, que aglutinó ambos reinos bajo su poder entre 1076 y 1094. Dos de sus hijos ocuparon el trono de los dos reinos después de él (Pedro I Sánchez “el Católico” y Alfonso I “el Batallador”)

Alfonso I “el Batallador” propició otro cambio de dinastía al hacer testamento en favor de Dios, legando sus reinos a las Órdenes Militares del Temple, los Caballeros Hospitalarios y la Órden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Había sucedido a su hermano en 1104 y desposado a Urraca, hija de Alfonso VI de León en 1109, amasando enormes territorios bajo su corona. Las relaciones con su esposa nunca fueron buenas y el matrimonio contaba con la oposición de numerosos nobles, por lo que se produjeron muchos conflictos entre ambos, hasta que el matrimonio fue declarado nulo en 1114. Conquistó la Taifa de Zaragoza y gran parte de los territorios alrededor y libró decenas de batallas victoriosas a lo largo de su vida. Pese a todo este prestigio acumulado, sus últimas voluntades no fueron bien acogidas ni respetadas por la nobleza de sus reinos. Para Pamplona escogieron a García Ramírez “el Restaurador”, hijo de Ramiro Sánchez (nieto por vía ilegítima de García Sánchez III) y de Cristina Rodríguez (hija de Rodrigo Díaz de Vivar).

García Ramírez fue proclamado Rey de Pamplona en 1134, escogido por la nobleza del reino, pero la Iglesia se negó a reconocer su derecho como rey por sus orígenes ilegítimos por parte de padre y para favorecer al rey el elegido para Aragón, Ramiro II “el Monje”. A este inconveniente se sumó el hecho de que el Reino de Pamplona se encontraba rodeado de otros territorios cristianos por todas sus fronteras, por lo que resultaba imposible conquistar territorios a los musulmanes como habían hecho sus antecesores. Había casado en 1130 con Margarita de l’Aigle, pero su relación era muy inestable debido a los rumores de adulterio de la reina, por lo que no pudo recurrir a sus suegros como aliados. No tuvo otro remedio que prestar vasallaje a Alfonso VII de León, pero en 1137 se alió con Alfonso I de Portugal para enfrentarse a aquel. El éxito fue moderado y acabarían firmando la paz en 1140. Su esposa murió al año siguiente y en 1144 casó con Urraca “la Asturiana”, una hija ilegítima de su antiguo enemigo Alfonso VII. Este matrimonio, algo mejor avenido, propició que desde ese momento hasta su muerte en 1150 ayudará a su suegro en sus campañas militares. Le sucedió su hijo Sancho.

El reinado de Sancho VI:

Sancho VI “el Sabio” heredó la corona de su padre en 1150 en una situación poco halagüeña. El reino estaba empobrecido y amenazado constantemente por los reinos cristianos colindantes, especialmente León-Castilla y Aragón, que incluso llegaron a firmar en 1151 el Tratado de Tudilén por el que se repartían el territorio del Reino de Pamplona. Inmediatamente, Sancho VI juró vasallaje a Alfonso VII de León y acordó el matrimonio de su hermana Blanca con el primogénito del rey leonés. Esto le dio un poco de tiempo, pero enseguida recomenzaron las hostilidades con ambos reinos.

En 1153 logró firmar una nueva paz con Alfonso VII, casándose con Sancha, una de las hijas de este. No obstante, su suegro volvió a las andadas y en 1157 firmaba un nuevo acuerdo con Aragón para apoderarse de Navarra, aunque tuvo poco recorrido al morir el rey leonés ese mismo año. Esperanzado, Sancho VI juró vasallaje al nuevo rey de Castilla, Sancho III, pero este murió apenas un año más tarde dejando a un niño, Alfonso VIII, en el trono. Sancho VI vio su oportunidad y se liberó del vasallaje. En 1164 abdicaba la reina Petronila de Aragón, ya viuda, dejando el trono a otro niño, así que Sancho VI decidió pactar una tregua de trece años con los tutores del pequeño monarca, asegurándose que no sería atacado por ese flanco. A partir de ese momento pasó a la ofensiva.

Incluso antes de lanzar el primer ataque contra Castilla, el objetivo escogido, decidió hacer un cambio nominal en sus dignidades, pasando a denominarse “Rey de Navarra” en lugar de “Rey de Pamplona”. En otoño de 1162 atacó desde varios frentes a la vez, causando estragos y apoderándose de una parte de La Rioja. Al año siguiente envió un ejército para apoyar a Muhammad ibn Mardanis “el Rey Lobo” en su lucha contra los almohades.

A partir de 1165 procuró reestructurar sus relaciones con el resto de reinos cristianos mediante acuerdos diplomáticos, firmando ese año el Tratado de Tudela con Fernando II de León. En 1167 acordó una tregua con el Reino de Castilla y en 1168 otra con Alfonso II de Aragón, acordando  también el reparto de las tierras que tomaran a los musulmanes. Esta etapa de seguridad duró poco, con la entronización del nuevo rey de Castilla, Alfonso VIII, quien renovó los pactos con el Reino de Aragón amenazando de nuevo las fronteras de Navarra y añadió a este acuerdo al rey de Inglaterra. El temor a nuevos ataques trajo una nueva inestabilidad al reino e incluso animó a algunos nobles a abandonar a su rey y decantarse por ofrecer sus servicios a los monarcas rivales. Entre 1173 y 1176 los aliados lanzaron varias campañas contra el Reino de Navarra, Castilla recuperó los territorios perdidos y se tomaron algunas otras plazas. No obstante, en 1177 Sancho VI y Alfonso VIII decidieron firmar la paz, con el arbitraje de Enrique II de Inglaterra, quien determinó que se retornara a las fronteras previas a 1158 y se respetara una tregua de siete años.

Gracias a este acuerdo, que no había contentado a nadie pero permitió unos años de paz, Sancho VI pudo dedicarse a mejorar la administración de su reino, elaborando un censo para mejorar el cobro de impuestos e incentivando el comercio. Durante casi una década su gobierno estuvo enfocado a mejorar la economía y las condiciones de vida en Navarra. En 1190 las cosas habían cambiado entre Castilla y su aliado y Alfonso II de Aragón se avino a firmar un pacto de amistad y ayuda mutua con Sancho VI, que se ratificaría de nuevo al año siguiente. Pese a la animadversión contra Castilla, Sancho decidió no formar parte de la “Liga de Huesca”, una alianza breve de varios reinos contra el rey Alfonso VIII.

Sancho VI murió en 1194, dejando el trono a su hijo del mismo nombre.

El reinado de Sancho VII hasta la Batalla de Alarcos:

Sancho VII, que llegaría a ser conocido como “el Fuerte”, fue hijo de Sancho VI de Navarra y Sancha de Castilla. Nació en 1154 y destacó siempre por su impresionante altura de más de dos metros y su fortaleza física. Heredó la corona siendo ya plenamente adulto y habiendo probado ya su valor como guerrero y líder en varias campa´ñas, y enseguida se pactó su matrimonio con Constanza de Tolosa, hija del Conde de Tolosa. El matrimonio debía tener lugar a finales de 1195.

Aunque decidió ayudar a Alfonso VIII de Castilla contra los almohades y reunió un ejército, empujado además por la exhortación del Papa Celestino III para que participase en la batalla. Sin embargo, Alfonso VIII decidió presentar batalla sin esperar a sus aliados, por lo que no pudo llegar a tiempo. En esa situación, ante la obvia victoria almohade y sin haber llegado a participar en ningún grado en el combate, se planteó inmediatamente negociar con los musulmanes para mantener a salvo su reino en caso de que rebasaran Castilla.

El Reino de Aragón:

Aragón, reino formado a partir del territorio del Condado de Aragón, cuya heredera Dña. Andregoto contrajo matrimonio con el rey García Sánchez I de Pamplona en 938, uniéndolo a este reino. Años más tarde, en 1035, Sancho III de Pamplona le entregó el gobierno del condado a uno de sus hijos naturales, Ramiro, y este anexionó pacíficamente los de Sobarbe y Ribagorza cuando su medio hermano Gonzalo murió. Tras el fallecimiento de su padre, Aragón se escindió de Pamplona y se constituyó en un nuevo reino, convirtiéndose el conde en su primer rey con el nombre de Ramiro I. Inmediatamente inició alianzas con los condados de Foix y de Urgel, estrechando lazos mediante matrimonios, y con su ayuda combatió a los musulmanes en la taifa de Zaragoza, perdiendo la vida en una de estas contiendas.

Sancho I Ramírez, hijo de Ramiro I y de Emersinda de Foix, fue rey de Aragón desde 1063 y también de Pamplona, como Sancho V, desde 1076 cuando, tras ser asesinado el rey Sancho Garcés los navarros le escogieron como monarca. Fue quien trajo la legitimidad a la corona aragonesa al ponerla en vasallaje al Papa Alejandro II. Fortaleció las fronteras aragonesas y su economía y aumentó sus territorios conquistando diversas plazas a los musulmanes, de quienes consiguió parias y vasallaje durante años.

Pedro I Sánchez “el Católico” sucedió a su padre Sancho I Ramírez en 1094, pero sólo pudo gobernar diez años antes de ser sucedido por su medio hermano Alfonso I “el Batallador”. Ambos gobernaron conjuntamente los reinos de Aragón y de Pamplona, pero fue el segundo quien consiguió aumentar notablemente los territorios de los dos reinos, conquistando la Taifa de Zaragoza y sometiendo todas las fortalezas musulmanas a su alcance. Casado, aunque de forma muy turbulenta, con Urraca I de León, también gobernó sobre León, Castilla y Toledo en el tiempo que duró este matrimonio (1109-1114). No tuvo hijos y a su muerte, en 1134 legó sus reinos a las Órdenes Militares del Temple, Hospitalarios y la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Los nobles de ambos reinos se negaron a aceptar sus disposiciones y escogieron un monarca para cada uno de ellos, la corona Aragón fue a parar a otro hermano de Alfonso, Ramiro.

Ramiro II, apodado “el Monje” pues hasta ese momento había dedicado su vida a la carrera eclesiástica y era en aquel momento Obispo de Roda, tuvo que aceptar el trono y luchar al principio contra quienes trataban de arrebatárselo. Se hizo famoso por la treta mediante la que se libró de muchos de los desleales: aseguró que construiría una campana gigante capaz de ser oída en todo su reino, de lo que muchos se burlaron y acudieron a verlo para reírse de su proyecto. Según iban entrando a verlo, eran degollados y así se forjó la leyenda de la “Campana de Huesca”. Enseguida hubo de preocuparse de buscarse un sucesor. Para ello, desposó a Inés de Poitou, una viuda francesa, que le dio una hija, Petronila, en 1136. Ese mismo año ambos se separaron en buenos términos y la reina se retiró a un monasterio.

En 1137 Ramiro II promete a su hija em matrimonio con Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona, firmando unos complejos esponsales en Barbastro en los que este se convertía en vasallo de Ramiro II y unía su condado a la corona, haciéndose cargo de facto de la mayor parte de los asuntos del gobierno. A cambio, en caso de que el matrimonio quedara sin hijos, Ramón Berenguer quedaría como rey de pleno derecho. El matrimonio se celebró en 1150, al cumplir catorce años la princesa. En 1157 moría Ramiro II y Petronila I era coronada reina de Aragón, ese mismo año nace su heredero, Alfonso. 

El reinado de Alfonso II hasta la Batalla de Alarcos:

Alfonso II “el Casto” nació en 1157, hijo de Petronila I de Aragón y Ramón Berenguer IV. Quedó huérfano de padre a los cinco años y recibió de él la potestad regia para convertirse en heredero de todos sus territorios, mientras que su madre le donó los suyos en 1164 pese a ser aún menor. Por deseo de su padre, su tutor fue el rey Enrique II de Inglaterra y la regencia práctica fue llevada a cabo por un conjunto cambiante de nobles del reino. Pese a su corta edad, recibió en persona el vasallaje de todos sus territorios y recorrió el reino durante sus primeros años. En 1174, al alcanzar la mayoría de edad, casó con Sancha de Castilla, tía de Alfonso VIII, fue armado caballero y se puso al frente del gobierno de sus territorios.

Durante su minoría de edad, sus regentes habían pactado con Fernando II de León para apoderarse de los territorios del Reino de Navarra y en diversas ocasiones lanzaron incursiones en la zona. Consiguieron que el rey Ibn Mardanis de Murcia fuese tributario de Aragón y combatieron a los musulmanes en en las fronteras de Aragón antes de atacar la propia Valencia tras la muerte del rey taifa en 1172. También se iniciaron conflictos contra Castilla, que acabarían en 1170 con la Paz de Sahagún, algunos de cuyos términos eran el futuro matrimonio del joven rey con Sancha de Castilla. El Tratado de Cazorla en 1179 lo ratificaba con el fin del vasallaje aragonés y el derecho de conquista de Murcia para Alfonso VIII.

Alfonso II anexionó otros territorios, como el Valle de Arán o Provenza mediante diplomacia, aunque tuvo que luchar en ocasiones para conservarlos. Su política de conquista estuvo más dirigida hacia la zona de Occitania y el Mediterráneo en vez de la propia Península, pero no pudo desligarse de los conflictos entre los reinos cristianos de la misma ni en las luchas contra los musulmanes, como en el caso de su apoyo a Castilla para la conquista de Cuenca en 1177. Pese a ello, el rey castellano fue alejándose de su antiguo aliado e incluso conservó sus pretensiones en el territorio aragonés, por lo que en 1190 Alfonso II llegó a un acuerdo con los reyes de Navarra, León y Portugal, formando con los dos últimos la efímera “Liga de Huesca” contra Castilla. En 1192, viendo que la Liga no conseguiría nada, Alfonso II firmó un acuerdo de paz con Alfonso VIII de Castilla, contraviniendo el acuerdo con sus aliados sin mayores consecuencias.

Aceptó ayudar a Alfonso VIII en su enfrentamiento contra los almohades, que amenazaban sus territorios en represalia contra las campañas lanzadas por el castellano en el sur, pero no pudo llegar a la batalla debido a la decisión del rey de Castilla de plantar batalla antes de que le alcanzasen sus aliados. La terrible derrota cristiana y el inmediato avance de los almohades hasta las inmediaciones de la mismísima Toledo, hizo temer a Alfonso II por el resto de los territorios cristianos y empezó a elaborar un plan para pactar una campaña de respuesta con Alfonso VIII.

 

 


Trasfondo histórico

 

Trasfondo histórico

          Otoño de 1195. Las huestes de Alfonso VIII de Castilla han sido masacradas en el campo de Alarcos por el ejército del Rey almohade Abu Ya’qub Yusuf al-Mansur, conocido como Yusuf II. Las pérdidas humanas son tan numerosas que el reino se enfrenta a un periodo de vulnerabilidad y carencias. Los cristianos, hasta el momento en una posición ventajosa en relación a sus enemigos, se veían una vez más en inferioridad de condiciones para proteger sus territorios. Mientras, los Reyes de León y Navarra, aliados contra el ejército del almohade y ofendidos por la forma en que Alfonso VIII se enfrentó a aquel sin esperar su llegada, podrían convertirse de un momento a otro en temibles enemigos para Castilla. ¿Pero cómo habían llegado a esta situación?

 


Trasfondo Histórico: El Imperio Almohade

El Imperio Almohade

Los almohades o “al-muwahhidun” (“los que reconocen la unidad de Dios”), surgieron alrededor del, año 1120 como un movimiento religioso en el Noreste de África, en el actual Marruecos, en reacción al gobierno de los almorávides, que permitían cierta apertura religiosa. Su fundador fue Abu Abd Allah Muhammad Ibn Tumart, un fanático chiita que sin embargo aceptaba también a los suníes entre sus seguidores. Creía en la absoluta unidad de la fe, sin concesiones, con el Corán como única guía y consideraba que los almorávides habían permitido una excesiva relajación de las normas islámicas. Se atribuía, además, el ser descendiente del propio profeta Mahoma por la línea de su hija Fátima, lo que le daba mayor credibilidad y autoridad sobre los creyentes. Logró atraer a un gran número de seguidores, especialmente entre las tribus bereberes del Alto Atlas. En 1121 Ibn Tumart fue reconocido como “Mahdi” (“El Guiado”, una especie de figura mesiánica) por sus seguidores. Poco después se trasladó a Timnal, donde fue atacado en varias ocasiones por los almorávides sin mucho éxito, y sus victorias le permitieron extender todavía más su influencia se extendía por toda la región de las montañas. 

En 1129 Ibn Tumart se sentía lo bastante fuerte como para atacar la capital almorávide, pero en 1130 tuvo que retirarse sin conseguirlo y ese mismo año murió. Le sucedió Abu Muhammad Abd al Mumin ben Alí ben Alwi ben Yala, quien fue el responsable del gran éxito militar de los almohades. En 1132 inició una campaña en la que sometió a las tribus bereberes al sur del Gran Atlas, así como todas las fortalezas almorávides de la zona y otros reductos de resistencia. A su regreso a Tinmel, Ibn Tumart se proclamó Califa y entre 1139 y 1146 aplastaron completamente los restos del Imperio Almorávide en el norte de África, tomando Marrakech en marzo de 1147. En esta batalla murió el último Emir almorávide, Ishaq ben Ali ben Yúsef ben Tasufín y aunque en los años siguientes algunas regiones intentaron alzarse contra los almohades, muy pronto toda resistencia fue aplastada.

Bandera Almohade (s. XI – XIII)

Entrada en la Península Ibérica:

En 1145 Ibn Qasi, Señor de la Taifa de Mértola, había solicitado la ayuda de Abd al-Mumin en su revuelta contra los almorávides de la Península y regresó con un contingente almohade en la primavera del año siguiente. Entre 1146 y 1147 los almohades apoyaron las revueltas de los andalusíes contra los almorávides y sometieron diversas plazas, aunque no hicieron avances especialmente duraderos debido a las revueltas en África de aquellos años. En 1150, con los territorios africanos completamente pacificados y nuevas fuerzas, Abd al-Mumin fue reconocido como Califa por los señores de las Taifas de Ronda, Jerez, Badajoz, Tavira, Beja, Évora y Niebla y nombró a su hijo Abu Yaqub Yusuf como gobernador de los territorios andalusíes, ordenando inmediatamente una purga de la administración y entre los desafectos de todas las tribus (que conllevó la ejecución de unas 30.000 personas).

En 1153 conquistaron Málaga, en 1155 Granada y en 1157 de Almería, que estaba en manos de los cristianos. Pronto controlaron todo el Algarve e hicieron de Sevilla su capital peninsular. Pese a los éxitos, los reinos cristianos habían aprovechado la situación para extenderse también hacia el sur y tomaron varias plazas importantes. A finales de la década los almohades afrontaron también rebeliones en los territorios conquistados de la Península, hasta el punto de que en 1160 Abu Yaqub solicitó refuerzos a su padre, que había regresado a África para sojuzgar el Magreb. Abd al-Mumin se preparó para una gran campaña, aunque no llegaría a llevarla a cabo en vida. 

Uno de los mayores opositores de los almohades fue el autoproclamado Emir de Murcia Muhámmad Ibn Mardanish (andalusí de origen muladí), conocido como “el Rey Lobo”, que llegó a poner en jaque a la propia Sevilla. Entre 1159 y 1165 el Rey Lobo formó un gran ejército cristiano-musulmán y atacó muchas de las plazas fuertes almohades en Al-Andalus. En 1163 Abd al-Mumin murió y fue sucedido por Abu Yaqub Yusuf, quien sería coronado únicamente como Emir a causa de la oposición de tres de sus hermanos y otros notables, por lo que debió regresar a Marrakech para hacerles frente y controlar varias revueltas bereberes, aplastando la revuelta en 1165, a tiempo de derrotar al Rey Lobo en la batalla de Fahs al-Yallab cerca de Murcia ese mismo año. El ejército almohade siguió adelante, arrebatando varias plazas fuertes a Ibn Mardanish, pero sin lograr rendir su capital ni las ciudades más grandes. El Rey Lobo continuó acosando territorios almohades en los años siguientes, pero pronto empezó a perder a muchos de sus aliados, que se pasaron al bando almohade, incluyendo su propio suegro. En 1171 los almohades se hacían con Valencia y en 1170 se apoderaron de Lorca, mientras otras muchas plazas se les rendían traicionando al Rey de Murcia. Ibn Mardanish moría en marzo de 1172, decidido ya a pactar con los almohades, y su hijo y sucesor Hilal se declaró vasallo de estos, logrando permanecer como gobernador de Murcia a su servicio. De este modo acabó la rebelión del Rey Lobo.

El reinado de Yusuf I:

Debido a su experiencia como gobernador de los territorios en Al-Andalus, cargo que ejerció desde los dieciséis años, Abu Yaqub Yusuf fue educado en un ambiente especialmente culto y aprendió de la mezcla de culturas, lo que no le hizo renegar de sus cerradas creencias religiosas. Su corte incluyó a muchas personalidades de las artes y las ciencias islámicas de su tiempo, incluyendo al filósofo Averroes. Pese a su erudición, se destacó también como guerrero y estratega, libró muchas de las batallas del Imperio en la Península, en nombre de su padre, al que acabaría por tener que solicitar unos refuerzos que nunca llegaron debido a la muerte de este en 1163. Regresó a Marrakech para ser coronado, pero la renuencia de varios de sus hermanos sólo le permitió adquirir el rango de Emir durante los primeros años, mientras aplastaba las rebeliones africanas. En 1165, tras pacificar la zona, regresó a la Península para combatir al Rey Lobo y continuar las conquistas. En 1168 logró ser proclamado Califa del Imperio Almohade, siendo conocido como Yusuf I.

Yusuf I dedicó varios años a fortalecer su poder en la Península, entre 1171 y 1176 se estableció en Sevilla, donde hizo numerosas obras de mejora a lo largo de su vida, y lanzó varias campañas de conquista sin mucho éxito. El Califa apoyó su poder en élites leales del Magreb y utilizó con astucia la propaganda para fomentar la adhesión de la población a su persona y el credo almohade. Evitó incluir a cristianos y judíos entre sus notables y administradores, considerando que ese había sido uno de los errores de los almorávides, e imprimió su sello religioso a todos los aspectos de la vida del Imperio, incluyendo la acuñación de moneda cuadrada con inscripciones religiosas que hacía referencia al Corán. En distintos momentos firmó treguas con los distintos reinos cristianos, puesto que las revueltas internas fueron su primera preocupación durante los primeros años de su gobierno.

Su política de control funcionaba bien, aunque en 1176 tuvo que regresar a Marrakech para hacer frente a varias rebeliones en sus posesiones africanas. Aquellos años fueron aprovechados por los cristianos para seguir haciendo avances y en 1183 castellanos y portugueses acosaban el territorio de Cáceres, lo que le obligó a reunir un gran ejército con el que cruzó el estrecho al año siguiente. En junio de aquel año llegó ante los muros de Santarém, ciudad que estaba muy bien defendida por Alfonso I de Portugal y en cuya ayuda acudiría muy pronto el ejército de Fernando II de León. Prevenido de la aproximación de los leoneses, Yusuf I ordenó la retirada, resultando malherido durante la confusión de la retirada y murió antes de alcanzar Sevilla, aunque su muerte fue mantenida en secreto hasta ese momento. 

Guerreros almohades

El reinado de Yusuf II:

Abu Yusuf Yaqub al-Mansur, hijo de Abu Yaqub Yusuf, nació alrededor de 1160 en algún lugar de Marruecos. Nombrado sucesor por su padre siendo aún muy joven, le siguió en diferentes viajes a Al-Andalus y se encontraba con él durante su fatídica campaña para tomar Santarém en 1184, cuando fue muerto durante la retirada. Al regresar las huestes a Sevilla, Abu Yusuf fue  proclamado Califa en agosto, con el nombre de Yusuf II. Para evitar los problemas que tuvo su padre tras ser entronizado, pasó ese mismo año al Magreb y sobornó a los parientes renuentes, siendo proclamado otra vez en Rabat y viajando finalmente a Marrakech. Las revueltas en la zona le mantuvieron ocupado lejos de la Península hasta 1190, cuando lanzó su primera campaña en tierras peninsulares, contra los portugueses, tras firmar una tregua con los castellanos y ratificar otra con el reino de León. Tras unos meses de batallas y algunas victorias decisivas, los portugueses se avinieron a firmar una tregua conveniente para los almohades. Yusuf II se encontraba enfermo y decidió firmar nuevas treguas también con León y Castilla, que deberían durar hasta 1195, y regresó a Marrakech, donde por si acaso nombró heredero a su hijo Muhammad an-Násir.

Dedicó los siguientes años a reforzar su poder en el Imperio, organizar una red de espionaje en los territorios cristianos de la península, de cuyos monarcas no se fiaba demasiado por su volubilidad, y reafirmar el credo moral y religioso de los almohades, que se había relajado un tanto en los últimos años. Luchó contra el lujo exacerbado de los notables, la relajación de costumbres y otras faltas entre su corte al tiempo que reforzaba considerablemente su poder militar. Una vez se sintió seguro de sus fuerzas, atacó a los Banu Ganiyah de Mallorca, que patrocinaban la piratería y dañaban con ello el comercio en el Imperio, derrotándoles con contundencia. Después decidió regresar de nuevo a África, donde se sucedían los problemas y revueltas, dejando a su hermano Abu Yahya como gobernador de los territorios de Al-Andalus.

En los siguientes años aplastó las revueltas y conquistó nuevos territorios en la zona del norte hasta Ifriqiya, pero no regresaría con su ejército a la Península hasta 1195.

Expansión del Imperio Almohade

 


Crossover: Changeling 20A

Hubo un tiempo en que el Ensueño, el mundo feérico de los sueños, y el mundo humano estaban unidos, eran dos partes de una misma cosa. Las Hadas, nacidas del Glamour de los sueños humanos, inspiraban a la Humanidad al mismo tiempo que se alimentaban de ella, interviniendo en su desarrollo con bondad o auténtico terror. Pero los Feéricos tenían sus intereses, sus ambiciones y conflictos propios que a menudo les sumían en largas guerras. Entre tanto, la Humanidad iba volviéndose más y más descreída, impulsada por el avance tecnológico y las nuevas doctrinas, cada vez más autosuficiente para enfrentarse al mundo, antaño salvaje y misterioso.

Con ello apareció la Banalidad, una fuerza que marchitaba el Glamour y los Sueños y que separó el mundo humano del feérico, manteniendo tan sólo ciertas vías de unión entre ambos. Mientras que en el Ensueño todo seguía siendo posible, habitado por dragones y monstruos de toda piel, y gobernado por las Hadas, divididas en la Corte Luminosa y la Corte Oscura tras sus primeras guerras; el mundo de los humanos, conocido como del Otoño por los feéricos, se volvía más y más rígido en sus reglas, más y más Banal.

Las vías que conectaban ambos mundos empezaron a cerrarse lentamente, hasta que la catástrofe provocada por la Peste Negra a mediados del siglo XIV hizo aumentar hasta tal punto la Banalidad que la mayoría de las conexiones se cerraron y la escasez de Glamour obligó a las Hadas a tomar una decisión radical: recurrieron a un ritual que encerraba sus almas inmortales en el interior de cuerpos humanos, protegiéndolas así de los estragos de la Banalidad, pero obligándoles a soportar el ciclo de renacimiento y redescubrimiento de su verdadera naturaleza, a causa de la mortalidad humana. Este ciclo continúa en la actualidad, aunque el mundo ha sufrido cambios, repuntes del Glamour y de Banalidad.

Los Sueños se niegan a morir.

 

¿Qué es Changeling: El Ensueño?

Changeling: El Ensueño es uno de los juegos de la línea de Mundo de Tinieblas, concretamente un juego en el que nos ponemos en la piel de un Changeling, una de las Hadas que realizaron el ritual por el que su alma quedaba encerrada en un cuerpo humano, viviendo en esa dualidad entre su verdadera naturaleza y la de su anfitrión. Es un juego de fantasía, pues hay que tener presente que las Hadas son criaturas nacidas de los Sueños y el Ensueño su mundo. Pero no todos los Sueños son agradables, las pesadillas también forman parte de ese mundo y los Changeling pueden ser seres de bondad o de la más pura maldad, de hecho a menudo son ambas cosas. En este sentido, es un juego muy interpretativo, que aporta enormes dosis de drama y epicidad.

En cuanto al sistema, es similar al de otros juegos de Mundo de Tinieblas, puedes consultar más detalles en la sección de Reglas.

¿Cómo hacer un personaje Changeling?

Crear un Changeling es un proceso algo más complejo que el de crear otro tipo de personaje, ya que requiere pensar tanto en el humano, como en el Hada que conviven en un mismo cuerpo. Por lo general, la personalidad humana queda como &quot;adormecida&quot;, como soñando lo que le sucede, mientras el Changeling toma el control de las acciones, pero en ocasiones algunos recuerdos y pensamientos se mezclan. En cualquier caso, tanto si el Changeling tiene un férreo control de todo, como si no, tendrá que llevar las dos vidas que le corresponden: la mundana y la del Ensueño. Además, la sociedad feérica tiene una jerarquía muy bien definida y los distintos Linajes presentan diferencias notables entre sí, por lo que es recomendable empaparse bien del trasfondo que se quiere utilizar antes de escribir la historia del personaje. Por otro lado, la sociedad de los Changeling está dividida entre los Luminosos y los Oscuros, atendiendo a la tendencia predominante hacia el bien o el mal del Hada, (predominante, ya que todos los Changeling poseen ambos lados y pueden desequilibrarse en ocasiones hacia uno u otro, pero no en la misma medida), estos rasgos también serán muy importantes a la hora de construir el personaje.

Nos basamos en el reglamento de Changeling: The Dreaming, 20th Anniversary Edition, editado ya en inglés por White Wolf Publishing&lt y Onyx Path Publishing. Puesto que aún no se ha editado en castellano, ofreceremos una traducción propia de las partes más necesarias para la creación del personaje y el juego en sí mismo, pero en ningún caso se trata de una traducción integral ni oficial, de hecho todos los derechos pertenecen a las entidades anteriormente mencionadas. (Si tienes un conocimiento de inglés adecuado, recomendamos que adquieras alguna de las ediciones disponibles si quieres consultar el texto original o necesitas más detalles, de otro modo sólo tienes que consultarnos y te ofreceremos toda la información que necesites).

A continuación puedes consultar las diferentes secciones para la creación del personaje:

  • Ficha de personaje
  • Legados (resumen)
  • Linajes (resumen)
  • Atributos y Habilidades (resumen)
  • Artes y Reinos (resumen)
  • Trasfondos (resumen)
  • Méritos y Defectos